
Últimamente me ronda seguido la idea del vacío.
Me pregunto de qué forma lo viven las demás personas.
¿Qué hacen con él? ¿Lo sienten?
¿Será que su vacío es parecido a mi vacío?
Me gustaría hablar del vacío como el dolor profundo que conlleva la existencia misma por ser personas.
Dolor por nuestra finitud y la de los seres que amamos. Dolor por los cambios que el tiempo genera en nuestros cuerpos.
El proceso de la vida encierra una temporalidad de la que no podemos escapar.
La constante impermanencia.
No sabemos en qué momento llegarán diferentes tipos de pérdidas a nuestra vida, las cuales no podemos controlar. La presencia de la incertidumbre.
El anhelo de nuestra alma de sentir conexión y las diferentes dificultades que podemos encontrar en el entorno.
La renuncia de escuchar a nuestras necesidades más profundas en aras de ser las personas que hemos aprendido que “debemos ser”.
Las heridas de nuestra infancia que se quedan guardadas en cofres bien cerrados.
Podemos elegir no tomar conciencia y distraernos en otras cuestiones.
Quizá el vacío aparezca en forma de diferentes padecimientos tales como la ansiedad, la depresión, las conductas compulsivas, las adicciones, entre otros.
De un tiempo para acá, he podido reconocer en mi terapia personal que cuando llega el silencio, que cuando mi mente se calla, que cuando se van mis preocupaciones cotidianas, cuando dejo de hacer planes a futuro, cuando no estoy inmersa en prácticas de crecimiento personal, mi vacío llega.
En mi experiencia el vacío es pesado, me aplasta, me hace conectar con el sin sentido. Puedo relacionarlo con una experiencia devastadora de encontrarme cara a cara con la nada. ¿Para qué estoy yo en este mundo?
Tomo conciencia de mi temporalidad. Conecto con la soledad existencial.
Recuerdo que mi terapeuta me dijo en alguna ocasión que sentir el vacío era una buena noticia.
Que lo que solemos hacer las personas para no sentirlo es llenarnos de actividades, ver netflix, trabajar, salir a divertirnos. En un intentando desesperado de llenarnos con algo, de que no llegue el dolor.
Hay momentos donde mi vacío llega y que no tengo forma de no verlo. Se hace presente en todo su esplendor.
En esos momentos me tranquilizo recordando las palabras de mi terapeuta e intento entregarme a él y no luchar con su presencia.
Me doy la oportunidad de llorar. Con un llanto entregado al que quizá no le veo una explicación “lógica”. Sin embargo intento no juzgarlo. Confío en que viene de lugares profundos que necesitan ser sanados. Me permito cobijarlo, abrazarlo, darle la bienvenida.
Hay otros momentos donde compartir el vacío en mi terapia personal es fundamental.
Es profundamente sanador el que mi terapeuta lo reciba y no quiera cambiarlo. El que me acompañe desde su propia humanidad y seamos dos personas compartiendo esta experiencia que nos hace vulnerables, que nos asusta y que nos duele.
Me doy cuenta que un camino para atravesar la soledad existencial y el dolor profundo del vacío, es compartirlo con otra persona que esté dispuesta a recibirlo y que se haga presente con su propia existencia, con sus propias heridas, con sus propios miedos, con su propio vacío.
Cada vez creo más que sentir el vacío es una buena noticia. Si lo hacemos a conciencia, si lo recibimos amorosamente, si elegimos mirarlo. Si lo compartimos con alguien que sepa recibirlo, puede ser un camino de crecimiento para conectar con una parte más profunda de nuestra existencia.
Como terapeutas tenemos la oportunidad de acompañar procesos humanos y nos toparemos con diferentes expresiones y manifestaciones del vacío.
Tenemos la oportunidad de permitirnos ser tocados por el vacío del otro. Podemos abrazarlo y utilizar el nuestro como un camino de encuentro.
Me da esperanza pensar que si bien la experiencia humana conlleva retos y desafíos, compartirlos, vivirlos en compañía, apoyarnos y apoyar hace que la vida e incluso el vacío tome otro color.
Psic.Teresa Salgado Borge
Psicoterapeuta Gestalt
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